Wednesday, April 11, 2007

Lucrecia limpiaba y listo. Su pelo largo de líquen alargaba su rostro pálido y
fino casi transparente la lámina de su mejilla dejaba ver su materia prima que
tanto ocultaba. Su limbo estaba hecho de lodo para poder gozar los laureles
pero no había forma de salir de ese laberinto en el que sólo las luciérnagas
conocían el camino rodeando el lago y luego atravesando los ligustros
montada en el lomo del unicornio cuando la luna mojaba y ella lero lero lamía
sin pelos ni liendres en su lengua sin ley.
delinear el borde: tener un límite
me llenaba de dicha
en las mañanas desarrapadas




Desperté de a dos, sin datos, caminé diferente, descalza, a la luz del día con pasos dobles (duros y blandos); deslizaba y despegaba los pies como detective y sin remedio descubrí las divisiones drásticas sin duendes que los dados me habían dado.

deseabas los dólares, sólo pensabas en ellos. nunca me dabas la derecha.

…pensé en Dimitri, sus dedos finos de diácono, su alma de diamante… dolía como un canto de delfines que no puedo descifrar, demasiado alto era el deleite y dulce
tampoco pude resistirme a deshojar la margarita sin dejar de desnudarme…
Delineador, no pudo conmigo; desbarranqué de todas formas y sin mas dientes quedé sonriente, demente mostrando la encía; encima de todo, porque sentía coraje divino de Dios…
La radio gritaba los goles, vibraba la mesada de la cocina entre las papas, los cachos de carnaza y la docena y media de huevos (siempre tan prolijos todos ahí adentro del cuadrado). No sin cierta rabia recuerdo al reo de Roberto Ruiz con su rostro rosado comiendo risotto con cuchara mientras su raya asomaba con aires de retrete en el horizonte oscuro de su pantalón. Yo la veía cuando por atrás pasaba buscando la salida y con gozo constataba que estaba ahí, que las cosas no cambiaban y eso confieso, me daba, una ridícula seguridad en medio de esa romería de mal gusto que era vivir en esa casa...ralentaba el rio rojo (flujo vital) y alentaba el rayo que partiera al medio y reventara radicalmente lo real tan insoportable de ver: su cara de rana, fresco y oliente como una rúcula, doliente, invitaba otra ronda de ron con su chaleco a rombos caquis engamados y esos zapatos raros que jamás descuidó, incluso les cantó rememorando otras épocas, mejores, según decía en francés mientras intentaba remendar el ruedo del pantalón de gabardina a rayas rosas que su padre le regaló (ya bien usado) a la vuelta de un viaje a Río de Janeiro.
Había que cruzar la raya: conseguir la risa, meterse en el perro negro a roncar a rienda suelta y sentir la ricura rala de ser animal, no tener que explicar ni hablar sólo rozar mi hocico en los restos de carnaza para luego devorármelos y sentirme satisfecha.