Wednesday, April 11, 2007

La radio gritaba los goles, vibraba la mesada de la cocina entre las papas, los cachos de carnaza y la docena y media de huevos (siempre tan prolijos todos ahí adentro del cuadrado). No sin cierta rabia recuerdo al reo de Roberto Ruiz con su rostro rosado comiendo risotto con cuchara mientras su raya asomaba con aires de retrete en el horizonte oscuro de su pantalón. Yo la veía cuando por atrás pasaba buscando la salida y con gozo constataba que estaba ahí, que las cosas no cambiaban y eso confieso, me daba, una ridícula seguridad en medio de esa romería de mal gusto que era vivir en esa casa...ralentaba el rio rojo (flujo vital) y alentaba el rayo que partiera al medio y reventara radicalmente lo real tan insoportable de ver: su cara de rana, fresco y oliente como una rúcula, doliente, invitaba otra ronda de ron con su chaleco a rombos caquis engamados y esos zapatos raros que jamás descuidó, incluso les cantó rememorando otras épocas, mejores, según decía en francés mientras intentaba remendar el ruedo del pantalón de gabardina a rayas rosas que su padre le regaló (ya bien usado) a la vuelta de un viaje a Río de Janeiro.
Había que cruzar la raya: conseguir la risa, meterse en el perro negro a roncar a rienda suelta y sentir la ricura rala de ser animal, no tener que explicar ni hablar sólo rozar mi hocico en los restos de carnaza para luego devorármelos y sentirme satisfecha.

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